La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha declarado que el país ha “eliminado” el COVID-19 “por el momento”. Ardern anunció también que el país abandona el nivel de Alerta 1 a partir de la medianoche del 8 de junio, lo que permitirá que se levanten todas las restricciones relativas a la distancia social y al desarrollo de actividades económicas.
“Podemos afirmar con seguridad que, por el momento, hemos eliminado la transmisión del virus en Nueva Zelanda. Pero esta eliminación no es algo que se logre de una vez y para siempre, sino que se trata de un esfuerzo sostenido”.
Cinco claves para proteger la salud a largo plazo
Al igual que sucedió cuando Nueva Zelanda se preparaba para recibir la pandemia, el periodo post-eliminación exigirá “la máxima proactividad”.
Aquí presentamos cinco enfoques básicos para abordar la gestión de los riesgos, con los que se pretende lograr una protección duradera para el país no solo contra el COVID-19, sino también contra otras graves amenazas para la salud pública.
- Hacer obligatorio el uso público de mascarillas en determinadas situaciones
La protección de la salud pasa por establecer múltiples barreras para evitar la infección o la contaminación del virus. Se trata de algo fundamental para proteger de incursiones de agentes biológicos externos las reservas de agua potable, la seguridad alimentaria y las fronteras.
Con el fin de mantener la distancia física, le hemos recomendado al Gobierno que considere seriamente hacer obligatorio el uso de la mascarilla en los transportes públicos, en los aviones, en los controles de frontera y en las instalaciones destinadas a guardar cuarentena. Hay otras medidas de higiene (quedarse en casa si caemos enfermos, lavarnos las manos, saludarnos chocando los codos) que sin embargo son insuficientes cuando la transmisión se produce a través de personas que aparentemente están sanas, y que por tanto pueden expandir el virus simplemente al hablar o respirar.
Hoy existe evidencia científica sólida sobre la efectividad de las mascarillas, incluso las de tela, según una reciente revisión sistemática de publicaciones académicas llevada a cabo por la revista The Lancet. La Organización Mundial de la Salud también ha actualizado sus directrices, que ahora recomiendan que todo el mundo lleve mascarillas en áreas con riesgo de transmisión. Si en este momento impulsamos en Nueva Zelanda la cultura de llevar mascarilla, eso hará que en el futuro podamos generalizar su uso de forma más fácil, en caso de que fuera necesario debido a un brote.
- Mejorar la efectividad del rastreo de contactos con las herramientas digitales adecuadas
El sistema nacional de rastreo de contactos de Nueva Zelanda sigue constituyendo una medida de contención esencial para controlar posibles brotes en caso de que los filtros de frontera fallen. Pero existe un gran margen de crecimiento para el desarrollo de nuevas herramientas digitales que mejoren los procedimientos actuales (y que sin embargo tienen que incorporar las garantías necesarias para salvaguardar la privacidad). Para ser efectivas, dichas herramientas digitales deben tener una altísima capacidad de almacenamiento de datos y permitir un rastreo de contactos muy rápido. Las aplicaciones actuales que se pueden descargar resultan insuficientes en estos aspectos, lo que ha hecho que tanto Nueva Zelanda como Singapur estén investigando dispositivos con tecnología Bluetooth que tengan mejores prestaciones y puedan distribuirse a todos los ciudadanos.
- Gestionar las fronteras siguiendo un enfoque científico
Volver de forma prudente a un mayor volumen de viajes tanto de extranjeros a Nueva Zelanda como de neozelandeses al extranjero es importante por razones tanto económicas como humanitarias. Sin embargo, es necesario evaluar los riesgos con cautela, ya que esta apertura implica dos procesos muy diferentes. Por un lado, habría que aumentar el número de grupos de personas que podrán entrar en el país, y que hasta ahora prácticamente se reducía a los residentes y sus familias. Lo normal sería continuar con los procedimientos de cuarentenas de 14 días, a menos que se descubran métodos mejores.
La otra posible suavización de restricciones supondría dejar entrar sin guardar cuarentena, lo que podría hacerse con seguridad en el caso de los nacionales de países donde el virus también hubiera sido eliminado. Este proceso podría empezar con los países isleños del Pacífico que no han sufrido el azote del COVID-19, particularmente Samoa y Tonga. Sería posible ampliar este acuerdo a algunos estados de Australia, así como a otros territorios como Taiwan o las Islas Fiji, cuando todos ellos confirmen que se encuentran en una situación de eliminación del virus.
- Crear una agencia nacional de salud pública que sea eficaz
Antes incluso de que el COVID-19 golpeara Nueva Zelanda, estaba claro que nuestro sistema de salud pública estaba haciendo aguas tras décadas de abandono, fragmentación y desidia. Algunos de los ejemplos más destacados de fallos del sistema incluyen el brote de campylobacter en el suburbio de Havelock North en 2016, o los continuos brotes de sarampión que tuvieron lugar a lo largo de 2019. En marzo se envió al Ministerio de Sanidad un amplio informe sobre el estado del sistema de salud y de cobertura de la discapacidad, y en él se recomendaba ampliar de forma significativa los recursos de la sanidad pública. Ahora habría que dar a conocer dicho informe y sus recomendaciones.
También recomendamos la realización de una evaluación provisional de la respuesta del sistema público al COVID-19 ahora, y no después de que pase la pandemia. Estas evaluaciones nos darían información sobre aquellos elementos relativos a la capacidad de reacción de la sanidad pública neozelandesa que deben ser mejorados para articular una mejor respuesta a la actual pandemia, y también para preparar al país de cara a otras amenazas sanitarias graves. En este sentido, la creación de una agencia de salud pública eficaz que liderara el control y la prevención de las enfermedades supondría una mejora clave. Esta agencia podría ayudar a evitar los confinamientos a través de la detección temprana y de acciones de respuesta frente a amenazas de enfermedades infecciosas emergentes, tal como ha hecho Taiwan durante esta pandemia.
- Comprometerse con la realización de transformaciones profundas para evitar las grandes amenazas globales
El COVID-19 está teniendo unos efectos sociales y sanitarios devastadores en todo el mundo. Y aunque pudiera controlarse gracias a una vacuna o a tratamientos antivirales, seguirá habiendo otras grandes amenazas sanitarias como, por ejemplo, el cambio climático, la pérdida de diversidad biológica o amenazas a nuestra existencia tales como la posibilidad de que los avances en biología sintética den lugar a otras pandemias. Todas estas amenazas exigen atención de forma urgente. El fin del confinamiento ofrece la posibilidad de realizar una transformación sostenible de nuestra economía; una transformación que sea compatible con objetivos sanitarios, sociales y medioambientales más amplios.
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